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martes, 13 de noviembre de 2012

FUEGO

- ¿Por qué has venido? - Su voz sonaba entrecortada, sus ojos brillantes estaban achicados y despegaban un brillo translúcido, cubierto del humo que les rodeaba
- No podía dejarte, ¿Pensabas que te abandonaría a tu suerte? 
- No debiste venir, vamos a morir,  escapa, si aún puedes, pero no te quedes, no podría vivir con el cargo de conciencia de que acabé con tu vida - su voz sonaba preocupada, pestañeó un par de veces, de forma seguida, molesto por los rastros de polvo que se levantaban de los escombros.
- Míralo por el lado bueno, este es el fin, nadie tendrá que vivir con la conciencia de nada
- ¿No lo entiendes? ¿No tienes miedo? ¿Estás loca?
- Créeme, entiendo más de lo que piensas, entiendo todo lo que sucede, y entiendo que este es el fin, ¿Miedo? No puedo tener miedo, porque estoy a tu lado, y a tu lado cualquier mal desaparece, cualquier dolor se cura y cualquier herida se borra - Sus pequeñas manos agarraron las manos de aquel hombre que la observaba con lástima en la mirada - En cuanto a lo de loca, si, lo estoy, estoy loca por ti, desde el momento en que tu sonrisa se coló en mi vida, pero escúchame, la vida de los cuerdos es muy aburrida, donde exista la locura que desaparezca la razón.
Sus miradas se cruzaron, aquellos dulces ojos que iluminaban ese rostro infantil le observaban con cariño, aquella niña que portaba en ese momento sus manos entrelazadas con las suyas le había llegado al corazón, siempre había sido especial, diferente al resto de jovenzuelas que se paseaban por las calles intentando llamar su atención, siempre había tenido un halo de misterio, una pizca de timidez y una luz infantil que la habían caracterizado. Aquella joven que no dejaba de sonreírle podía pasar de ser el ángel más tierno e ignorante, a la mujer mas inteligente y experimentada, y solo requería de la situación en la que se encontrara.
- ¿Nunca dejas de sonreír? - preguntó curioso, maravillado por la sonrisa de aquella criatura dulcificada.
- No, no mientras que tu estés aquí, tu me enseñaste a sonreír y te convertiste en la razón de mi sonrisa. si tu estás, no pueden caer más lágrimas por mis ojos. 
- ¿Por qué? ¿Por qué este aprecio, este cariño del que no soy merecedor? ¿Por qué arriesgas tu vida en vivir los últimos minutos de la mía?
- Porque cuando no tenía nada, cuando estaba en la más grande de las oscuridades conseguiste que sonriera, porque tu me enseñaste que un sueño se puede cumplir si luchas hasta el final por él, porque aunque nadie lo sepa, eres distinto, eres diferente, no eres como todos creen, tienes algo dentro que te hace ser ese mendigo que se convirtió en príncipe para enamorar a la princesa de Disney... Porque te quiero.

El fuego consumía ya la madera que les rodeaba, el techo comenzaba a desmoronarse sobre ellos, pronto todo cedería sobre el peso, sobre las ardientes llamas que lo devoraban todo en aquel incendio, pronto sus días serían reducidos a cenizas, ya no había marcha atrás.
La rodeó con sus brazos y apoyó su cabeza sobre su hombro, sintió como cerraba los ojos apoyada en su pecho, notó su entrecortada respiración y el pulso de un corazón que no cabía en ese pequeño y delicado cuerpo.
Y entonces le susurró al oído, una sola palabra, aunque para ella fue el mayor de los logros escucharla.
- Gracias...

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