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miércoles, 19 de septiembre de 2012

Hoy os traigo una entrada que nada tiene que ver con la historia que comencé aquí, pero que realmente me apetece compartir con vosotros, es algo que ha pasado por mi mente antes y creo que debo escribir.

La noche estaba tan oscura que mis ojos no alcanzaban a diferenciar ninguna figura en sus profundidades. Era Diciembre, el frío había congelado los cristales de los coches y la nieve había cubierto los parques.
Mis pisadas destapaban zonas de hierba muerta, arena y barro. No sabía a donde iba, solo caminaba, sin rumbo, ni si quiera punto de partida. 
Notaba como el frío viento me susurraba al oído, quería que fuera libre, que volara entre suspiros, que fluyera por los caminos.
Me senté en el suelo, en el parque de San Isidro. En épocas de feria aquello era distinto, no había rastro de soledad, indicio de frío, ni marca de silencio, había luces y música, farolillos y gente cantando por cada parámetro. Sin embargo, aquella noche fría de invierno, la soledad se palpaba a mi alrededor, nadie, ni si quiera los gorriones, me acompañaban en mi nocturno paseo, las luces que iluminaban el parque no eran otras que las de las estrellas y la que daba una inmensa luna llena que me vigilaba desde el cielo, no había ruido, no pasaban coches ni se oían gritos, solo podía escuchar el susurro del viento que me pedía que dejara volar mi alma.
Sonreí, notaba como mis piernas comenzaban a congelarse, no podía moverlas, pero no me asusté, no grité ni rompí aquel silencio, acabar con la calma que me rodeaba sería el mayor delito a cometer. Respiré profundamente mientras cerraba los ojos, la brisa dejaba en mi rostro gotitas de rocío, mis pestañas comenzaban a llenarse de escarcha. Era extraño, no recordaba un invierno tan frío como aquel, ni si quiera una noche así, todo, el clima, las calles, el silencio, todo había cambiado en el momento en que decidí dar aquel paseo.
Poco a poco mi cuerpo fue congelándose, dejé de notar mis pies, mis piernas, mi cadera... el frío subía por mis dedos, atravesaba mis manos, caminaba por mis brazos y se posaba en mis hombros haciéndome sentir pesada y cansada.
"Déjate llevar" "Se libre" escuché una dulce voz en mi oído, no me alteré, ni si quiera abrí los ojos para intentar comprobar quien era, continué sentada, notando como el hielo quemaba por mi garganta y besaba mis labios.
No tenía miedo, la libertad estaba de mi parte, me estaba librando de todas las cadenas, de todas las dificultades, nunca más tendría que escuchar una queja, una bronca, un sermón, nunca más me darían lecciones y nunca más tendría peleas. Se acabaron las noches de llorar, de sufrir, de morir en vida por un dolor que no dejas salir de tu pecho y que ocultas tras una máscara de sonrisas, por fin iba a librarme de tantas trampas que atacaban mi vida diariamente.
Por fin era libre... pero... ¿a qué precio?


Espero que os haya gustado este fragmento y comenteis mucho
Besos !!!

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