Aquí tenéis el resultado:
El jardín había quedado precioso, al frente el arco de flores presidía la estancia, bajo el, un altar del más brillante marfil, impecable, sin ninguna mancha, deleitaba a todos los presentes, sillas de lujosa madera clara se alineaban frente a el, expectantes a que la ceremonia diera comienzo.
Nadie se había fijado en la invitada que se encontraba sentada en la última fila, junto al pasillo central, nadie parecía haber recaído en mi presencia.
Allí estaba yo, entre todas aquellas mujeres que colocaban por última vez sus delicados recogidos con adornos plumosos que rozaban la exageración, con sus coloridos y festivos vestidos que decoraban sus variados cuerpos, sobre aquellos zapatos de altos tacones que las hacían ver todo con superioridad. Allí estaba yo, con mi cabello oscuro desordenado, cayendo como una catarata embravecida sobre mis hombros, con un vestidos de fina tela negra, sobre aquellos tacones tan finos que parecían irse a romper de un momento a otro, tan pálida, tan desastrada, tan distinta, tan desfavorecida, tan triste, y sin embargo, nadie había reparado en mi.
El párroco Dolor había accedido a casar al ya envejecido Muerte con la joven Vida. Allí se encontraban ambos, ante el altar. Dolor llevaba una túnica blanca con pespuntes negros que solía utilizar para oficiar los enlaces matrimoniales, miraba impaciente la pasarela que recorría las filas de sillas, esperando que de un momento a otro Vida apareciera con su precioso vestido nupcial. A su lado Muerte contemplaba a los invitados; por un momento creí que había posado su mirada en mi, que sabía que estaba allí, que sin ser invitada me había colado en su unión con la vida, pero debió ser solo una imaginación.
Entonces empezó a sonar una dulce melodía, todos los presentes se alzaron a una, giraron sus pétreos rostros y observaron como Vida caminaba por el pasillo central, mientras las jóvenes e inocentes Ilusión y Felicidad la llenaban de pétalos de rosas blancas. Estaba preciosa. Sus cabellos plateados estaban recogidos en una red de brillantes diamantes, su esbelto y delicado cuerpo se encontraba decorado con un hermoso vestido blanco adornado con algún destello bajado de las estrellas, y sus ligeros pies, caminaban sobre unos zapatos de cristal que podrían envidiarlos hasta cenicienta.
Por fin llegó la novia al altar, todos los invitados volvieron a ocupar sus asientos menos yo, que permanecí de pie. Vida movía sus vivaces ojos azules de la mirada de Muerte a la de sus dos damas Ilusión y Felicidad. De vez en cuando se postraba en su madre Esperanza, en su padre Valor y en su hermana Amistad que estaban sentadas en la primera fila. Mientras tanto, el cura comenzaba a decir sus palabras.
Noté como conforme avanzaba la ceremonia iba perdiendo el equilibrio, mi vista comenzaba a nublarse y empecé a tambalearme de un lado hacia otro.
Y entonces me desplomé. Noté el impacto severo de mi cabeza contra el suelo, la humedad que afloraba de mi cráneo, tan cálida, enfriando el resto de mi cuerpo.
Noté como tiraban de mi, como la mitad de mi cuerpo se alzaba, posándose sobre un apoyo mucho más cómodo.
Hice un esfuerzo para abrir los ojos, poco a poco logré mi objetivo. Un hombre me había recogido del suelo, era el primo de la novia, Amor. Había colocado mi cabeza sobre su regazo y acariciaba con cuidado mi ensangrentado pelo. Al otro lado de la estancia todo el mundo observaba a la novia, como si tras ello nada hubiera sucedido, pero él sin embargo, se había olvidado de la boda y estaba ayudándome.
Miré hacia el altar, apenas podía mover la cabeza pero alcancé a ver como la novia se había girado hacia el altar, observaba el arco como si hubiera algo más allá. Por otro lado, el novio me miraba fijamente, ahora estaba segura de que esos dos ojos negros estaban clavados en mi, ardían al rozar mi piel desde la lejanía, y entonces lo vi, un espejismo de sonrisa se dibujó en sus labios, estaba satisfecho.
Retiré la mirada a prisa, pero lo que vi no fue mucho más apaciguador, a ambos lados de la pareja estaban las damas de la novia, pero ambas estaban perdiendo el color en sus juveniles rostros, ambas parecían derretirse al calor del altar, bajo un sol que las atacaba directamente. La madre de la novia lloraba desconsolada lágrimas de sangre, el padre se cubría los oídos con las manos, como si estuviera escuchando un horrible ruido que le atormentaba, y la hermana arañaba con rabia sus distinguidos ropajes como si quisiera deshacerse de ellos.
Volví el rostro sobre mi salvador asustada, aquella imagen grotesca no podía estar sucediendo.
Los ojos de Amor estaban clavados en mis pupilas, tan cristalinos como el agua, tan profundos como el mar, tan misteriosos como un acertijo...
- Tranquila, no te dolerá... - me susurró mientras dibujaba una sonrisa en sus labios, era dulce y a la vez llenaba mi alma de miedo.
- Estoy... ¿me estoy muriendo? - pregunté. Ya casi no podía mover los pies, no notaba el tacto en los dedos de la mano, y mis párpados comenzaban a pesar...
- No hables... tranquila, yo estoy aquí... - me contestó, y entonces se inclinó sobre mi, sus labios besaron con delicadeza los míos.
Cerré los ojos, degusté el sabor de aquel beso, era frío y cálido a la vez, dulce y agresivo en uno. No podía abrir los ojos, no quería que aquel beso acabara, no quería separarme de él, algo me unía a él mientras notaba como mi cuerpo se partía en mil pedazos, y cuanto más destrozada estaba, más deseo tenía de fundirme a él,de no soltarlo, de que no me dejara caer en el abismo.
- Hasta que la muerte os separe...
Pues aquí lo tenéis, se que es un relato algo rarito pero espero que lo disfrutáis, y espero todos vuestros comentarios y opiniones, ya sean por aquí o por mi twitter @Naya_gm
Recordad que siempre que me dais vuestra opinión estáis ayudándome a crecer como escritora.
Muchas Gracias.