La noche se cernía sobre mi, caminaba sola, sin rumbo, sin meta, sin camino, "caminante no hay camino, se hace camino al andar" me repetía mi cabeza, y eso era lo que yo necesitaba, caminar, alejarme del ruido que me envolvía, del dolor, de mi vida diaria, de esa que aparentemente es normal, es sencilla, es una vida alegre, de una chica de 19 años, con una sonrisa en el rostro, sin mayor problema que aprobar una carrera que está destrozando su cerebro; pero que sin embargo, cuando el telón se baja y se apagan las luces, se llena de oscuridad, de maldad, de dolor, de historias nunca contadas, de momentos de pánico y terror, de miedo, mucho miedo a su realidad, a esa que esconde a los ojos de los demás.
Las estrellas me susurraban secretos al oído, ellas sabían mi verdad, sabían lo que tenía que aguantar cada día, como huía de todo, como odiaba mi existencia y la camuflaba, sonriendo, diciendo que era feliz.
LLegué a un callejón, el viento no corría en su interior, y apenas se veía ninguna luz que lo alumbrara. Mi cerebro me gritaba que me alejara, mi corazón palpitaba a prisa, expectante, deseando recorrerlo, descubrir sus misterios, así que, una vez más, con el poco cerebro que me caracteriza, entré en aquel callejón oscuro, caminé por el con cuidado, con lentitud, mirando hacia todos mis lados. Entonces lo escuché, un canto de sirena, unas voces armoniosas de mujer, una mas dulce, una más aguda y otra más grave. Cantaban una linda melodía, como las que protagonizan mis historias sobre la antigua Grecia.
LLegué al final del callejón y pude ver a sus portadoras, mujeres delgadas, esbeltas, de extrema belleza, de cabellos inigualables, rostros angelicales de princesa de cuento, y unos ojos brillantes y tintineros. Eran hermosas, como ninguna otra mujer.
A sus pies un montón de hombres se agolpaban, observándolas, embobados por su belleza, encantados por sus cánticos....
Uno de ellos me observó, tenía el cabello oscuro y le acariciaba el rostro en forma de barba que llegaba a besarle el cuello. Sus ojos eran brillantes y tenían una singularidad especial que no sabría definir con palabras, pero si hubo algo que me dejó prendida de él, fue aquella sonrisa que me dedicó al verme, a mi, al mayor monstruo conocido sobre la faz de la tierra.
Suspiré al instante y noté como todo mi cuerpo temblaba. El misterioso hombre se levantó, se acercó con paso tambaleante hacia mi, y posó sus manos en mis caderas, sonreí, no podía dejar de mirarle a los ojos, de soñar con esos labios que dibujaban aquella hermosa sonrisa, de sentirme distinta, viva.
Acerqué mi rostro al suyo sin apartar mi mirada de la suya, necesité un poco de ayuda de mis brazos, que se posaron alrededor de su cuello, para no caerme al suelo. Mis ojos se cerraron, mis labios dieron un paso al frente y se fundieron con los suyos en un beso de fuego que quemó mi corazón desde el primer encuentro.
Empezó a dolerme todo, el corazón se movía más rápido, mis ojos no podían abrirse, me ardía la cabeza, las manos, las piernas, no podía sentir mas que un hormigueo que recorría todo mi cuerpo, dañando lo que tocaba.
- ¿Qué me pasa? - pregunté asustada
Una de las hermosas mujeres dio un paso al frente y colocó su mano sobre el hombro del muchacho misterioso.
- Estás enamorada, el amor es el veneno más cruel que existe, una vez lo tomas, te va matando poco a poco, y no hay medicina que lo cure - suspiró la mujer.
En ese momento entendí que mi muerte estaba próxima, que moriría, y jamás podría olvidar aquella sonrisa.
Nueva entrada en el blog despues de muchisimo. Dedicada a él, a ese amor platónico que me está matando poco a poco.